domingo, 22 de julio de 2007

Enrique


Soy un niño chico. 6 o 7 años, nada más, y estamos en la Quinta Normal, y hay mucho viento. Es Septiembre y tengo el carrete de mi volantín en el brazo. Está lleno de pendejos de mi edad elevando sus volantines, todos distintos, que pintan el cielo de color. Mi volantín, azul como el azul de la noche, se mueve en el viento, me baila distante, y yo bailo con él, y los ñiños compiten, muestran sus colores, y agárralo fuerte, déjalo bien tirante, me dice por detrás del oído, y cállate papá que yo sé cómo se usa, yo sé usarlo, si no es difícil, si todos los niños lo hacen. Ese volantín, ese azul en el aire, me hacía recordar tantas cosas. Una vez leí en alguna parte que el color azul, suena como un contrabajo. Si los colores pudieran sonar como suena la música, el azul claro se parece a una flauta. El azul oscuro, en cambio, sería como un violonchelo. Y cada vez que se oscurece, cada instante en el que ese azul indescriptible tiende a un negro absoluto, entonces evoca la muelle sonoridad de un contrabajo. Es grave. Es solemne. Y también es triste...

Por T. HACHE

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